¿Has sentido miedo alguna vez? La inmensa mayoría de los que estéis leyendo esto, habréis respondido sin dudar: “Por supuesto”. Los que habéis dudado, probablemente os habréis dado cuenta enseguida de que sí lo habéis sentido; y los que respondáis que no…siento deciros que estáis mintiendo.
Los miedos son universales y están presentes en todas las culturas y tiempos. Esto se debe a que el miedo tiene un importante componente de valor adaptativo (está ligado a la supervivencia).
Cuando este miedo es desadaptativo (no hay una causa real de peligro o se sobrevaloran las consecuencias) el resultado es un enorme sufrimiento que puede condicionar el funcionamiento de la persona y alterar su capacidad para afrontar situaciones cotidianas.
Pero esta es otra historia; hoy hablaremos de los miedos normales, de: los monstruos de debajo de la cama que, con el tiempo, descubrimos que están en nuestro interior.
Los miedos son evolutivos y normales a cierta edad, cambiando el objeto temido a medida que crecemos y maduramos, y desapareciendo progresivamente.
Hasta los 2 años podemos sentir miedo por los ruidos fuertes, los extraños, la separación de los padres, las heridas, los animales y la oscuridad principalmente.
Entre los 3 y los 5 años aumentan los producidos por el daño físico y las personas disfrazadas y entre los 6 y los 8 años, el producido por seres imaginarios como monstruos, brujas, fantasmas o extraterrestres, tormentas o la soledad.
En estas diferentes etapas vamos perdiendo el miedo a los ruidos, la oscuridad, la separación de los padres, etc. pero van apareciendo otros nuevos.
Es más que probable que trabajemos con niños que puedan tener todos estos miedos, pero también que lo hagamos con personas que están buscando todavía los monstruos de debajo de su cama a la vez que empiezan a surgir sus miedos interiores; estos serían las relaciones interpersonales, el rendimiento personal, los logros académicos o deportivos, de reconocimiento por parte de los otros, etc. Me refiero a la preadolescencia y la adolescencia, donde surge la necesidad de búsqueda de la propia identidad.
No nos sonará raro, ya que todos hemos tenido que pasar por ella; digo “tenemos” porque si nos dieran a elegir más de uno se la saltaba, aunque en el fondo y con el tiempo, recordamos esta etapa con mucho cariño y, en ocasiones, nos gustaría volver a ella (¿Nunca has pensado: “Qué bien vivía yo a los 15…”?) .
De esta manera, según vamos creciendo, comprobamos que también crece ese monstruo interior que se alimenta de nuestra negatividad, se recrea en ella y la hace aumentar ilimitadamente si se lo permitimos.
Ese monstruo nos dice que no merece la pena arriesgarse, que no somos lo suficientemente buenos para realizar algo o para alguien, que nos quedemos sentados y, en resumidas cuentas, que no hagamos nada.
Para que no nos devore, debemos transformar toda esa negatividad y convertirla en duda. Todas las decisiones que tomamos en la vida empiezan con una duda, y de la respuesta que le demos dependerán nuestras decisiones.Preguntémonos: ¿Merece la pena arriesgarse? ¿Sirvo para eso? ¿Tengo lo que hace falta para conseguirlo? ¿Somos lo suficientemente buenos el uno para el otro? Y es evidente que la respuesta tiene que ser buscada siempre desde un prisma de positividad; ya sabéis que quien no arriesga, no gana y que las peores barreras que podemos encontrarnos en nuestro camino son las que nosotros mismos nos ponemos.
Nosotros, los adultos, hemos superado (o no; aunque sí sabemos que no tiene tanta importancia con el tiempo y además tenemos otro problemas diferentes) el miedo a los monstruos, a la oscuridad, a que no nos pasen el balón en un juego, a que no quieran sentarse a nuestro lado en el comedor, a que alguien nos insulte, etc. Pero para los chavales esto no es fácil de asumir. Cuando trabajemos como monitores nunca debemos subestimar los temores de los niños y adolescentes, sino ayudarles y darles las herramientas que estén a nuestro alcance para que los superen: no ridiculizarles, no forzarles a que realicen las conductas a las que tienen miedos, hacerles demostraciones de aquellas conductas que teman para que vean que no entrañan peligro, etc. No somos psicólogos ni sus padres, pero tenemos que recordar que para ellos debemos ser durante unos días (vale, sólo son unos días, pero muy intensos; hay que recordar que los niños viven a corto plazo, en el “ahora”) personas de confianza con las que compartan sus miedos e inseguridades.
Si esta entrada no te ha convencido y sigues pensando que los monstruos existen realmente, tienes que entrar en la página de Jordan Young (http://matchingmonsters.tumblr.com/), cuya presentación es la siguiente:
“Contrariamente a la creencia popular, los monstruos no se esconden debajo de tu cama. De hecho, se esconden alrededor del mundo y en los sitios menos esperados. A veces sólo necesitas un poco de ayuda para verlos”.
Estos son algunos ejemplos del trabajo de esta artista:
Para más información, puedes visitar las siguientes páginas que hemos utilizado para informarnos del tema:
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